10 abr 2013

El devenir de la igualdad: una historia de lo político | Nicolás Ocaranza


En su famoso Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau planteaba que en la especie humana existen dos especies de desigualdad: “la primera, natural o física, porque ha sido establecida por la naturaleza, y que consiste en la diferencia de las edades, de la salud, de las fuerzas del cuerpo y de las cualidades del espíritu, o del alma; y otra, que puede llamarse desigualdad moral o política, porque depende de una suerte de convención que ha sido establecida, o por lo menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Ella consiste en los diferentes privilegios que algunos gozan en perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más poderosos que ellos, o incluso hacerse obedecer”. Estas reflexiones, publicadas en 1755 en medio del ancien régime, devienen tan contemporáneas como la persistencia de la desigualdad en las nuevas estructuras de las sociedades democráticas.

París era más que una fiesta | Nicolás Ocaranza


Durante los siglos XVIII y XIX París fue una de las ciudades europeas que acogió a un gran número de artistas y científicos extranjeros. Esta época, caracterizada por la realización de extensos viajes formativos en Europa -más conocidos como Grand Tour-, mantuvo una circulación permanente de turistas aristócratas y burgueses provenientes de todas las latitudes del globo. Durante el siglo XX, esta tendencia aumentó a causa de las guerras que asolaron al Viejo Continente y que desplazaron de sus países de origen a miles de intelectuales, políticos, músicos, pintores y estudiantes que encontraron en París un espacio para desarrollarse.

Más allá de la bohemia y los aparentes desenfrenos que caracterizaban a la estimulante ciudad de las luces retratada por Hemingway en A Moveable Feast, la fascinación por el influjo cultural que ejercía París en las elites progresistas no cesó de atraer a jóvenes estudiantes norteamericanos ansiosos de cruzar el Atlántico para aprender la lengua de Montaigne y Baudelaire, profundizar los estudios universitarios y caminar sin destino por algún quartier, boulevard o parque como lo hacen lo(a)s flâneurs que componen el paisaje de ese modus vivendi llamado la vie parisienne.

El revolucionario | Jon Lee Anderson


La clínica siquiátrica del doctor Edmundo Chirinos está en un distrito que antaño fue uno de los más refinados de Caracas. Chirinos es un hombre bajo, ya en sus 60, que tiene ojos traviesos y cejas pobladas. Por su consultorio han desfilado profesionales de alto rango y prominentes figuras políticas. Me dijo que desde 1958, cuando Venezuela se convirtió en una democracia multipartidista, ha tenido el gusto de conocer a siete de sus presidentes, que han llegado a ser sus amigos o sólo sus pacientes. Hugo Chávez es uno de esos presidentes y amigos personales. Dice que es el hombre más honesto que ha conocido.

Chirinos quería conversar conmigo acerca del Presidente Hugo Chávez y me dijo que la manera más discreta de hacerlo era a través de un cuestionario diseñado por uno de sus colegas. Este exponía 50 rasgos personales que tanto se le podían atribuir al Libertador Simón Bolívar como al Presidente Chávez o a ambos.

Fantasías de la temeridad | Miguel León-Portilla


Hay libros que por dar a conocer algo que mucho importaba o por sostener una tesis merecedora de atención, hacen ruido. Hay otros que también lo hacen, aun cuando sea por poco tiempo, por ofrecer exactamente lo contrario. Después de lo que voy a exponer aquí, dejo al prudente lector juzgar por sí mismo a qué categoría pertenece el libro que voy a comentar.

Su autor es el historiador francés Christian Duverger. Su libro ostenta el título de Crónica de la eternidad. Recién publicado con el sello de Editorial Taurus, en él sostiene Duverger que Bernal Díaz del Castillo no pudo ser el autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España sino que la autoría corresponde nada menos que a Hernán Cortés.

Tesis tan novedosa contradice lo que se ha reconocido a lo largo de más de 450 años, desde 1568 en que escribió Bernal que había concluido su Historia. Y contradice también lo expresado por dos bien conocidos autores del mismo siglo XVI: Alonso de Zorita, oidor en Guatemala de 1553 a 1557, afirma supo de labios de Bernal —quien le mostró sus escritos— que tenía redactada ya parte de su Historia; y por fray Juan de Torquemada que en su Monarquía Indiana sostiene conoció a Bernal en Guatemala y supo que escribía acerca de la conquista. Y podrían añadirse los nombres de otros, no pocos, incluyendo el del cronista Antonio de Herrera y el de fray Alonso Remón que la publicó en Madrid, en 1632, atribuyéndola a Bernal.

El euro sobrevive, pero ¿qué ha sido de los europeos? | Timothy Garton Ash


"Hemos hecho Italia, ahora tenemos que hacer italianos", afirma un viejo dicho. Hoy, después de que hiciéramos el euro, su crisis está deshaciendo europeos. Muchas personas que se sentían llenas de entusiasmo por el proyecto europeo hace 10 años están hoy regresando a airados estereotipos nacionales.

“Hitler-Merkel”, decía una pancarta que llevaban jóvenes manifestantes chipriotas hace unos días. Junto a esas palabras figuraba una imagen de la bandera europea, con sus estrellas amarillas sobre fondo azul furiosamente tachadas con unos trazos rojos. Se oyen sin cesar grandes generalizaciones negativas sobre los europeos del “sur” y del “norte”, casi como si fueran dos especies distintas.

Los 500 años de Florida y el New York Times | Jorge Cañizares-Esguerra


Se acaban de cumplir 500 años de la llegada de Juan Ponce de León a la península de Florida. Con tal motivo (1/4/2013) T. D. Allman ha publicado en el New York Times el artículo «Ponce de León, exposed». No es su ignorancia, de proporciones fantásticas, similares a las que atribuye a Ponce de León, lo que llama la atención. La audacia de la ignorancia de los hombres no sorprende, a menos que uno sea un extraterrestre. No, lo que sorprende es que hubiese aparecido en la página editorial de este periódico, sin duda el órgano de opinión más serio de los USA. Toda página editorial del NYT es cuidadosamente escrudiñada en busca de errores y prejuicios. Ensayos que insulten a grupos étnicos no tienen cabida. Si un ensayista como Allman hubiese presentado a Jefferson o a poblaciones afro-americanas como imbéciles no tendría agentes literarios ni acceso a periódicos de nota. Estaría dedicado a otros menesteres, quizás a miliciano, o a distribuidor de pizzas, o a senador de los Estados Unidos. No es el caso de Allman. Sus escritos y sus prejuicios ahora retumban en la caja de resonancia del NYT. Disturba también que los comentarios de lectores en su página sean, en su gran mayoría, celebratorios.

¿A qué llamarle “memoria visual” de la dictadura? | Nelly Richard



El año 2013 marca la conmemoración de los cuarenta años del golpe militar que instaló la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. El resurgimiento del pasado como cita de la historia evoca y convoca a las memorias en disputa sobre el valor crítico del recuerdo. Lo que el teórico Andreas Huyssen ha llamado el “boom de la memoria” designa la multiplicación de los archivos, documentos y testimonios que denuncian las inhumanidades cometidas por los regímenes de fuerza, para transmitir desde el presente una conciencia hacia el futuro, una conciencia que respete el imperativo categórico del “¡Nunca más!”.
Las dictaduras latinoamericanas han revisitado una y otra vez su pasado de violencias exterminadoras, dándole voz a quienes las padecieron en cuerpo propio para que la sufrida experiencia de las víctimas sirva de prueba de autentificación de la magnitud del daño. Esta rememoración en primera persona del pasado violento se impone como demostración de que los hechos negados por el terrorismo de estado sí ocurrieron, pese a todos los dispositivos del terror que intentaban mantener su criminalidad en secreto.
Las transiciones democráticas lograron inscribir el tema de la violación de los derechos humanos en la esfera pública (verdad, justicia y reparación), conformando un sentido común que lleva la sociedad civil a condenar casi unánimemente las atrocidades del pasado, aunque difieren e incluso se contraponen los argumentos que explican las causas de la ruptura de la institucionalidad democrática. Esto hace que el tema de la memoria se enuncie desde el lado de las víctimas de la dictadura, por las que toma partido una ciudadanía ya alertada respecto de la gravedad de las denuncias comprobadas en materia de crímenes de lesa humanidad. La crítica cultural –al solidarizar con los vencidos de la historia– también se inclina hacia aquellos materiales o fragmentos de relatos que llevan grabadas la estampa perversa del mal.

El arte de la evasión en puntas de pie | Juan Forn


Cuando Chejov llegaba a su casa de campo en Melikhovo, ochenta kilómetros al sur de Moscú, hacía izar una bandera para que los campesinos de la zona supieran que estaba. Había comprado esa casa, donde tenía viviendo a toda su familia, con el dinero que ganó como escritor, pero había empezado a escribir sólo para pagarse la carrera de médico (de hecho, firmaba con seudónimo esas “bagatelas”, para no arruinarse el nombre). Cuando triunfó, casi sin proponérselo, y sin creerse nunca del todo su calidad como escritor, a los únicos pacientes que atendía los atendía gratis, a la hora en que le golpearan la puerta. Una noche, tarde, estaba en Melikhovo sentado frente al fuego con amigos cuando lo mandaron llamar de afuera. Se demoró en volver y cuando le preguntaron el motivo de la tardanza dijo secamente: “Era una consulta”. ¿Tan tarde? ¿Alguien conocido? Chejov contestó, mirando al fuego: “Era una campesina. No la había visto en mi vida. Necesitaba láudano”. No se lo habría dado sin más, dijeron sus amigos. Luego de un largo silencio, Chejov contestó: “Vi en sus ojos que había tomado una decisión. Hay un puente de piedra sobre el río, acá cerca. Si se tira, va a padecer horriblemente antes de morir. Con el láudano le será más fácil”. Y, para cambiar de tema, se puso a hablar de literatura (cuando hablaba de literatura también lo hacía con el filo de un bisturí: a cada aspirante a escritor que le mandaba sus manuscritos le daba el mismo consejo: “Corten, corten, corten donde mienten. A todo cuento que escriban córtenle el principio y el final, porque ésos son los lugares donde más mienten todos los escritores”).

Vida y Obra: Charles Bukowski | Andrés Hax


Para espanto de las ilustres academias y torres de marfil, Charles Bukowski fue y sigue siendo uno de los poetas más adorados del mundo. Vivió casi toda su vida en Los Ángeles y tuvo, a su manera, una vida encantada. Sufrió pobreza, hambre y rechazo social. Trabajó 12 años en el servicio postal. Era un alcohólico empedernido y un devoto de las carreras de caballos. Descubrió la escritura y la lectura de chico, aunque le costó un enorme trabajo desarollarse como escritor. Nunca tuvo apoyo financiero de ningún tipo y no terminó la universidad, por lo que siempre trabajó en centenares de empleos precarios, en fábricas, de lo que fuera. Por fin, a los 50 años, pudo comenzar a vivir de su escritura. Tras 15 años publicando en medios underground apareció un hombre que quería lanzar una casa editorial. Le aseguró a Bukowski $100 por mes si dejaba de trabajar en el servicio postal y se dedicaba solamente a escribir. Black Sparrow Press, de John Martin, terminó publicando toda su obra. Al fin de cuentas, Bukowski escribió más de 50 libros, incluyendo cinco novelas autobiográficas. Sus versos sobre la desidia, el ocio, el alcoholismo, el sexo borracho, las carreras de caballos, el hastío del trabajo y la violencia doméstica son sencillos pero inimitables. Ha sido traducido a decenas de idiomas y siguen apareciendo colecciones póstumas con material inédito.