17 feb 2012

Fuego Escénico | Harold Bloom

T.S. Eliot señaló que «los personajes de Dickens son reales porque no existe nadie como ellos». Yo modificaría la frase diciendo que «son reales porque no se parecen unos a otros, pese que a menudo se parecen un poco más a nosotros que entre sí».


Quizá la voluntad, no importa cuál, difiera más entre nosotros en cuanto a intensidad que en cuanto a especificidad. El secreto estético de Dickens parece ser que sus villanos, héroes, heroínas, víctimas, excéntricos y hasta seres decorativos se diferencian entre sí por la clase específica de voluntad que poseen. Como esto es muy difícil para nosotros, humanos, suscita una ausencia de realidad en Dickens. El precio a pagar es alto, pero es mejor salir ganando algo que nada y Dickens obtiene más de lo que pagó. También nosotros obtenemos mucho más de lo que debemos dar al leer a Dickens. Esta acaso sea su virtud más shakespeariana y provea el tropo crítico que busco para él. Henry James y Proust nos lastiman más que Dickens y lastimar es su objetivo o una de sus intenciones principales. Lo que nos lastima en Dickens nunca tiene mucho de deliberado porque no puede existir una poética del dolor allí donde ha cesado la voluntad hasta tornarse tristemente uniforme. Dickens ofrece más bien una poética del placer, que seguramente vale el precio de nuestra pequeña inquietud ante su negativa a entregarnos una exacta representación mimética de la voluntad humana. Dickens escribe siempre sobre los impulsos y por eso las lecturas supuestamente freudianas de sus libros resultan algo tediosas. La metáfora conceptual que sugiere al representar personajes no es el espejo de Shakespeare ni la lámpara romántica, tampoco el carnaval rabelaisiano ni la estética de Fielding. “Fuego escénico” es el concepto adecuado, pues el “fuego escénico” remueve algo de la realidad de la voluntad, pero solo en tanto la modifica. El sustantivo que queda es “fuego”. Dickens es el poeta de los impulsos fogosos, el que verdaderamente celebra el mito freudiano de los conceptos fronterizos, del terreno que se extiende en el límite entre la psiquis y el cuerpo, y cae en la materia, aunque participa en la realidad de ambos.

El conocimiento en la Red, en peligro | Timothy Garton Ash

El lunes 23 de enero, el Senado francés votará un proyecto de ley que pretende penalizar la negación del genocidio armenio de 1915, además de otros sucesos caracterizados como genocidio en las leyes francesas. La ley ya ha superado la Asamblea Nacional, la Cámara baja del Parlamento francés. El Senado debería rechazarla, en nombre de la libertad de expresión, la libertad de investigación histórica y el artículo 11 de la pionera declaración francesa de los derechos del hombre y el ciudadano proclamada en 1789 (“la libre comunicación de ideas y opiniones es uno de los derechos más preciados...”).

La cuestión aquí no es si las atrocidades cometidas contra los armenios en los últimos años del Imperio Otomano fueron terribles, ni si deben ser reconocidas en la memoria turca y europea. Lo fueron y deben serlo. La cuestión es: ¿debe ser un delito, en virtud de la ley francesa o de otros países, poner en duda que aquellos terribles acontecimientos constituyan genocidio, un término utilizado en el derecho internacional? En el pasado, sin quitar importancia al sufrimiento de los armenios, el famoso especialista en el Imperio Otomano Bernard Lewis ha refutado precisamente ese punto. ¿Y está preparado y autorizado el Parlamento francés para erigirse en tribunal de la historia mundial y dictar veredictos sobre el comportamiento pasado de otros países? La respuesta es: no y no.

De Atenas a Abu Simbel | Juan Goytisolo

He leído con vivo interés el artículo de Félix de Azúa, Perder lo que nunca fue nuestro (El País, 3-1-2012), a propósito de las reflexiones que suscitó su reciente visita al British Museum: el contraste del desinterés del público por los mármoles de Egin con la presencia ruidosa de docenas de jóvenes que curioseaban y reían en torno a las estatuas de Isis, Osiris e Ibis en la sección consagrada al arte faraónico. Tratándose de quienes disfrutaban a su modo de su cercanía física a los dioses y momias nilóticos, no dudo de que el mercado creado por la explotación de éstos como un parque temático por la industria audiovisual incitara a jóvenes y menos jóvenes a esta visita alborozada sin guía ni Baedeker en mano por las salas del venerable museo. La disparidad que señala es en efecto llamativa y la reflexión melancólica que la acompaña -"¿No es un extraño y desolado destino el de Grecia, origen, según se dice, de Occidente? ¿Arranque de la democracia occidental? ¿Milagro del Logos que borró de un chispazo la superstición arcaica? ¿Primer paso en la implacable marcha hacia la libertad de los pueblos soberanos?"- expresa una incuestionable verdad. La gran epopeya, el teatro, el pensamiento filosófico, el germen de las sociedades democráticas de los dos últimos siglos proceden de Hélade. Y muy oportunamente, el autor evoca a este respecto el hermosísimo poema Archipiélago de Friedrich Hölderlin, que yo leí en inglés y, en cuanto pueda, releeré en español, en hexámetros, como en el original alemán, gracias a la traducción de Helena Cortés. Tanto en el plano literario, como en el del pensamiento y en el político, Europa no sería lo que es sin su matriz helena.

Cultura y libertad | José Álvarez Junco

Entre 1808 y 1814, en los seis años que rodearon la fecha cuyo bicentenario se cumple ahora, se acumuló una secuencia vertiginosa de acontecimientos: un "motín", preparado por los "fernandinos" -partidarios del príncipe heredero al trono y enemigos del valido Godoy-, que obligó a abdicar al monarca en ejercicio y fue el primero de una larga serie de golpes de Estado; una sustitución de la familia reinante por otra -los Borbón por los Bonaparte-, francesas de origen ambas; un levantamiento que inició una guerra que afectaría a la totalidad del territorio y de la población peninsular y que en parte fue una guerra civil y en parte internacional -enfrentamiento entre Francia e Inglaterra, las dos grandes potencias del momento-; un vacío de poder, en la zona insurgente, por ausencia de la familia real al completo, que hubo que llenar con distintas fórmulas, hasta culminar en una convocatoria de Cortes; una Constitución, elaborada por aquellas Cortes, que, sumada a la decretada en Bayona por Bonaparte, inauguraba otra larga lista de textos constitucionales; una serie de medidas revolucionarias, emanadas igualmente de aquella asamblea, tendentes a destruir o modificar radicalmente las estructuras del Antiguo Régimen, asentadas en el país desde hacía siglos; un estallido del imperio americano, que acabaría generando una veintena de nuevas naciones independientes en América y que relegaría a la monarquía española a un papel prácticamente irrelevante en el escenario europeo; y el nacimiento de toda una nueva cultura política, a la que con mucha generosidad se llamó "liberal", que marcaría como mínimo todo el siglo siguiente.

Una Alemania europea en una Europa alemana | Timothy Garton Ash

En 1953, el novelista Thomas Mann exhortó a un público de estudiantes en Hamburgo a luchar "no por una Europa alemana sino por una Alemania europea". El apasionado llamamiento se repitió sin cesar en la época de la unificación. Hoy nos encontramos con una variante que pocos habían predicho: una Alemania europea en una Europa alemana.

La república berlinesa de Angela Merkel es una Alemania europea, en el rico sentido positivo en el que el gran novelista empleaba el término. Es libre, civilizada, democrática, se rige por las leyes y tiene conciencia social y ecológica. No es perfecta, ni mucho menos, pero es tan buena como cualquier otro gran país de Europa, y la mejor Alemania que ha existido jamás.

Momento gaditano | Roberto Breña

La Constitución de Cádiz representa la entrada de España en la "modernidad política" (con todas las comillas que se quieran añadir a las ya utilizadas) y supone un paso muy significativo en los inicios de la vida política "moderna" de Hispanoamérica (ídem). En el primer caso, la fugacidad de la primera experiencia liberal española y el aclamado regreso de Fernando VII, y con él el del absolutismo, complican sin duda cualquier valoración histórica de dicha experiencia. En el segundo, existen variaciones de acuerdo con el territorio americano de que se trate; un hecho que se deriva en gran medida de la aplicación o no aplicación del documento gaditano. Sin entrar en pormenores, el lugar que éste ocupa actualmente en la historia política de México o Perú es mucho más importante que el que le conceden, por ejemplo, venezolanos o argentinos. No obstante, como lo ha mostrado la historiografía de los últimos lustros, estas diferencias al interior de América Latina no son tan marcadas como se pensó durante mucho tiempo; entre otros motivos porque el legado gaditano va mucho más allá de los 384 artículos que integran el documento en cuestión.